sábado, 17 de diciembre de 2011

Un niño.-


Una vez un niño fue a la escuela.
Un niño muy pequeño.
Y la escuela era muy grande.
Pero cuando el niño
descubrió que podía ir a su aula
con sólo andar en línea recta desde la entrada,
se sintió feliz.
Y ya no siguió pareciéndole que la escuela
fuera tan grande.

Una mañana,
Cuando el niño ya llevaba un rato en la escuela,
la maestra dijo:

«Hoy vamos a hacer un cuadro».
«Qué bueno!", pensó el niño,
Porque le gustaba hacer cuadros.
Podía hacerlos de todas clases:
De leones y tigres,
De gallinas y vacas,
De trenes y barcos...
Y sacó sus lápices de colores
Y se puso a dibujar.

Pero la maestra le dijo:
"Espera!. Aún no es el momento de empezar!".
Y esperó hasta que todos estuvieron listos.


«Ahora", dijo la maestra,
«Vamos a hacer flores—.
«Qué bien!», pensó el niño,
Porque le gustaba hacer flores,
Y empezó a hacerlas, hermosas,
Con sus lápices rosados, anaranjados y azules.

Pero la maestra les dijo:
«Esperad, que yo os enseñaré!».
Y dibujó sobre la pizarra
Una flor roja con el tallo verde.
«Ya», dijo la maestra.
«Ahora ya podéis empezar.»

El niño miró la flor de la maestra
y después su propia flor:
La suya le gustaba más que la de la maestra.
Pero no lo dijo
Y se limitó a dar la vuelta al papel
Para hacer una flor como la de la maestra:
Roja, con el tallo verde.


Otro día, cuando el niño había abierto
él solo la puerta de entrada,
la maestra dijo:
«Hoy vamos a hacer algo de arcilla».
«Qué bien!» pensó el niño
Porque le encantaba la arcilla.

Podía hacer toda clase de cosas con arcilla.
Serpientes y muñecos,
elefantes y ratones,
coches y camiones...
Y empezó a amasar
su puñado de arcilla.

Pero la maestra le dijo:
«Espera, no empieces todavía!».
Y esperó hasta que todos estuvieron listos.

«Ahora», dijo la maestra,
«Vamos a hacer un plato».
«Qué bien!», pensó el niñito,
porque le gustaba hacer platos,
y empezó a hacer algunos
con formas y tamaños distintos.

Pero la maestra dijo:
«Esperad a que yo os enseñe!».
Y entonces les enseñó a todos
A hacer un plato hondo.
«Ahora», les dijo después,
«Ya podéis empezar».

El niño miró el plato de la maestra
y después el suyo.
Sus platos le gustaban más que el de la maestra,
pero no lo dijo
y se limitó a amasar de nuevo una gran bola de arcilla
y a hacer un plato como el de la maestra.
Un plato hondo.

Y muy pronto el niño
aprendió a esperar,

y a observar,
y a hacer las cosas igual que la maestra.
Y muy pronto
dejó de hacer sus propias cosas.

Entonces sucedió
que el niño y su familia
se mudaron de casa,
a otra ciudad,
y el niño
tuvo que ir a otra escuela.

Una escuela aún más grande
que la anterior,
y donde no había ninguna
puerta de entrada a su aula.
Tenía que subir unos grandes escalones
y caminar por un pasillo largo
para llegar a su aula.

Y el primer día
de clase, la maestra le dijo:
«Hoy vamos a hacer un cuadro».

«Bien!», pensó el niño
y se quedó esperando que ella
le dijera lo que tenía que hacer.
Pero la maestra no le dijo nada.

No hizo más que pasearse por el aula.

Cuando llegó junto al niño
le preguntó si no quería hacer un cuadro.
«Sí», le dijo él, y preguntó:
«Qué vamos a hacer?».
«Yo no lo sabré mientras no lo hagáis», dijo la maestra.
«Cómo tengo que hacerlo?», preguntó el niño.
«Pues, como a ti te guste», dijo la maestra.
«Y de qué color?», preguntó él.
«De los que tú quieras», dijo la maestra.
«Si todos hicierais el mismo dibujo
y usarais los mismos colores,
cómo sabría quién hizo cada uno?»
«No lo sé», respondió el niño.
Y empezó a dibujar flores rosadas,
azules y anaranjadas.

Y su escuela nueva le gustó
aunque no pudiera
llegar a su aula directamente
desde la puerta de entrada.
 Helen E. Buckley.-