El águila dorada puede ocupar nidos que hayan construido otras águilas mucho tiempo antes (no los roban) pero continúa renovándolos. Este nido lo comparte con su pareja, con la cual se aparea o une de por vida. Allí provee cuidado, protección y alimentación a los aguiluchos, hasta que éstos alcanzan su autonomía, es decir, cuando los hijos tienen que mudarse a otro lugar y construir su propio nido.
“Para crecer es importante echar raíces lo suficientemente seguras como para sostenernos”.
Durante toda su vida el águila continúa trabajando en su nido. El águila dorada puede tener dos ó tres nidos construidos en diferentes lugares, pero sólo utiliza uno por temporada. Cuando cambia de nido lo hace por razones de supervivencia, es decir, para buscar caza. Pero por regla general, el águila construye un solo nido, que cuida, mantiene y renueva. Su nido es muy importante, ya que en él habrán de nacer sus aguiluchos.
Las águilas empiezan sus vidas como aguiluchos, polluelos chillones e inexpertos que van a tomar su lugar entre los mayores luego que pasen por su entrenamiento.
Rompen el cascarón en su nido de plumas, en lo alto: la cima de una montaña. Mamá águila sale todos los días a buscar el alimento, y en las frías noches de la montaña se acomoda sobre el nido y los abriga. Es tarea compartida, ya que Mamá y Papá son una pareja estable, entusiastas y activos en la crianza.
Un día, Mamá águila en lugar de posarse sobre el nido, empieza a revolotear por encima de él, batiendo sus enormes y poderosas alas. Luego arranca un pedazo de nido y lo deja caer al abismo. Repite esto un par de veces más. Expectantes, los aguiluchos no dejan de mirar a Mamá.
La intención de Mamá es enfrentar a sus hijos con la necesidad de madurar y que aprendan a resolver urgencias de la vida. Los aguiluchos chillan, pero Mamá Águila sabe que es lo mejor para ellos, les está dando libertad…
Algún polluelo se anima tímidamente y asoma al precipicio… Y alguno quizás hasta se atreva a saltar… Mamá observa y toma a uno de sus aguiluchos y lo empuja hasta que se cae del nido al precipicio. Es ahí donde a mitad de esa caída libre, el hijo descubre que… Tiene alas!...
“A menudo, no sabemos que tenemos alas hasta que empezamos a volar…”.
Y si aún así el hijo no alcanza a elevarse, estando en riesgo de estrellarse contra el suelo, Mamá que estuvo atenta al proceso, será el colchón que proteja al aguilucho. Mamá acompaña, guía, cuida, protege… Pero empuja, alienta al vuelo…
Los aguiluchos son torpes, que se bambolean trémulos, con sus alas sin probar. Pero cada uno de esos saltos a la nada le va dando un poco más de dominio de sus alas. Aprenden a confiar en sí mismos, porque hay una Mamá que está ahí, confiada, dando seguridad.
Al fin, un día el hijo extiende sus alas y descubre que puede volar y dirigir su vuelo. Puede elegir caminos más allá del nido. Está aprendiendo a ser Águila.
Las águilas aprenden a volar sin esfuerzo porque aprenden de las corrientes de aire. Un águila se posa sobre una roca y espera, probando el viento.
“Los que saben esperar podrán remontar, elevarse… A su tiempo…”.
Esperar los vientos propicios para el vuelo, recobrando energías gastadas en el vuelo anterior. Esperar hace el vuelo más fácil, ya que es menor el esfuerzo al dejarse remontar que el tener que aletear para volar…
Aunque un águila vuela a grandes alturas mirando al sol, también se adapta a los valles oscuros entre montañas. Tiene dos pares de párpados. Puede ver al ras del suelo o dirigir su mirada al refulgente sol.
“Con los pies en tierra, pero sabiendo muy bien dónde queremos volar”.
El águila puede volar más allá de las nubes. Hasta dónde?. Tan alto como lo desee…
Alguien dijo que el águila pone su nido entre las estrellas.
“Podemos anidar en las alturas…”.
Toda águila tiene su tiempo de decaimiento. Puede ser que esté enferma o mudando su plumaje, pero nunca se deja apoderar por el pánico. Busca una roca y se posa allí dejando que el poder sanador del sol y del tiempo haga su labor. Ya vendrá otra vez el tiempo de levantar alas, pero la espera tiene que venir primero.
“Somos Tiempo…”.
El águila sabe cuándo ha llegado su tiempo de morir. Entonces es cuando busca una roca alta desde donde pueda mirar la puesta del sol y allí se acomoda para esperar, y allí muere mirando el sol.
“Todo sucede a su tiempo. Todo sucede cuando estamos preparados para que suceda”.