Mis ideas acerca del significado de una vida plena se basan sobre todo en mi experiencia de trabajo con los clientes, en la relación íntima que se denomina psicoterapia. Estas ideas no se apoyan en un marco de referencia escolástico o filosófico, sino que tienen un sustrato empírico, basado en la propia experiencia y adquirido por medio de la observación y participación en la lucha de personas conflictuadas y empeñadas en lograr la vida plena que anhelan.
Debo aclarar desde el comienzo que mi experiencia se debe a la posición de privilegio que me ofrece una orientación psicoterapéutica desarrollada a través de los años. Es posible que todas las psicoterapias sean básicamente similares. No obstante, puesto que ya no estoy tan seguro de ello como antes, deseo aclarar que mi experiencia terapéutica se ha desarrollado según los métodos que a mi juicio resultan más efectivos. Me refiero a la psicoterapia “centrada en el cliente”.
Pienso que las experiencias terapéuticas que más enseñanzas me han brindado acerca de la vida plena fueron aquellas en las que hubo mayor movimiento; por eso intentaré describir brevemente cómo sería una terapia de este tipo llevada a cabo de manera óptima en todos sus aspectos. Si la terapia fuera inmejorable, intensiva y totalizadora, ello significaría que el terapeuta ha sido capaz de iniciar una relación subjetiva e intensamente personal con su cliente y que se ha relacionado con él, no como un científico con su objeto de estudio, ni como un médico que espera diagnosticar y curar, sino como una persona con otra persona. Esto implica que el terapeuta considera a su cliente como una persona de valor propio e incondicional, cualesquiera que sean su condición, su conducta o sus sentimientos; significa que el terapeuta se comporta de manera auténtica y enfrenta al cliente con los sentimientos que vivencia orgánicamente, sin escudarse detrás de ninguna máscara defensiva. En ese caso, el terapeuta es capaz de permitirse comprender a su cliente, sin que barreras internas le impidan sentir de la misma manera que éste en cada momento de la relación, y puede transmitirle parte de su comprensión empática. Asimismo puede sentirse cómodo al iniciar una relación de este tipo, sin saber en términos cognoscitivos hacia dónde lo llevará, pero sintiéndose satisfecho de crear un clima en que el cliente pueda disfrutar de toda la libertad necesaria para llegar a ser él mismo.
Para el cliente, esta terapia óptima representa una posibilidad de indagarse y descubrir en sí mismo sentimientos extraños, desconocidos y peligrosos. Esta exploración sólo es posible si advierte que se lo acepta incondicionalmente. De esta manera el individuo se familiariza con los aspectos de su experiencia que en el pasado había excluido de su conciencia, por sentirlos demasiado amenazadores o perjudiciales para la estructura del sí mismo; descubre que puede vivenciarlos plenamente en la relación y ser, en cada momento, su miedo, su enojo, su ternura o su fuerza. A medida que vive estos sentimientos tan diversos en todos sus grados de intensidad, advierte que se ha experimentado a sí mismo y que él es todos esos sentimientos. Comprueba también que su conducta cambia en sentido constructivo, de acuerdo con su sí mismo recientemente experimentado. Por último, el individuo comprende que ya no debe temer a la experiencia sino aceptarla como parte de su sí mismo cambiante y en desarrollo.
Este es un breve bosquejo de los logros de la psicoterapia centrada en el cliente, cuando su funcionamiento es óptimo. Lo presento como una descripción sintética del contexto en que se han originado mis ideas sobre la vida plena.
Una observación negativa
Mis esfuerzos por vivir de manera comprensiva las experiencias de mis clientes me han llevado a extraer la siguiente conclusión negativa acerca de la vida plena: pienso que ésta no es un estado de inmovilidad. Según creo, tampoco es un estado de virtud, ni de resignación, éxtasis o felicidad, ni una condición en la que el individuo se encuentra adaptado, logrado o realizado. En términos psicológicos, no se trata de un estado de reducción de pulsiones ni tensiones ni implica tampoco la homeostasis.
Pienso que, tal como han sido empleados, todos estos términos sugieren que con sólo alcanzar uno o varios de estos estados, se habrá logrado el objetivo de la vida. Sin duda alguna, para muchas personas la felicidad o la adaptación son sinónimos de una vida plena, y los sociólogos a menudo se han referido a la reducción de la tensión o a la consecución de la homeostasis o el equilibrio como si estos estados constituyeran la meta del proceso de vivir.
Mi experiencia no convalida ninguno de estos puntos de vista, lo cual me causa cierta sorpresa y preocupación. Las descripciones anteriores suponen estados de fijeza e inmovilidad y no incluyen la experiencia de los individuos que se manifestaron en considerable movimiento durante la relación terapéutica y que, en los años subsiguientes, parecen haber logrado verdaderos progresos en su camino hacia una vida plena. Pienso que estas personas se considerarían insultadas si se las calificara de “adaptadas” y desmentirían cualquier descripción que las representara como “felices”, “resignadas” o aun “realizadas”. De acuerdo con lo que sé sobre ellos, me parece erróneo afirmar que todas sus tensiones han disminuido o que se encuentran en un estado de homeostasis. Por consiguiente, me veo en la obligación de preguntarme si existe alguna posibilidad de generalizar su situación, o bien alguna definición de la vida plena que corresponda a los hechos tal como los he observado. Esto no es fácil y las afirmaciones que siguen son sólo provisionales.
Una observación positiva
Si intentara expresar en pocas palabras los hechos que he observado en relación con estas personas, podría formular la siguiente descripción:
La vida plena es un proceso, no una situación estática.
Es una orientación, no un destino.
La orientación que constituye una vida plena es elegida por el organismo en su totalidad siempre que disfrute de una libertad psicológica que le permita moverse en cualquier dirección.
Esta orientación, seleccionada organísmicamente, parece tener ciertas cualidades generales discernibles, comunes a una amplia gama de individuos únicos.
Puedo integrar estas afirmaciones en una definición que al menos sirva como base para el análisis: Desde el punto de vista de mi experiencia, una vida plena es el proceso de movimiento en una dirección que el organismo humano elige cuando interiormente es libre de moverse en cualquier sentido; las cualidades generales de la orientación elegida parecen tener cierta universalidad.
Características del proceso
A continuación intentaré definir las características de este proceso de movimiento, tal como surgen de las personas en tratamiento.
Una mayor apertura a la experiencia
En primer término, este proceso parece implicar una creciente apertura a la experiencia. Esta frase ha cobrado para mí cada vez mayor significación, ya que he expresado que se trata del polo opuesto a la defensa. En otras ocasiones he descripto la defensa como la respuesta del organismo a experiencias que se perciben o anticipan como amenazadoras, incoherentes con la imagen que el individuo tiene de sí mismo o de su relación con el mundo. Durante un tiempo, el individuo logra que estas experiencias amenazadoras resulten inofensivas distorsionándolas o impidiendo su ingreso en la conciencia. En realidad es muy difícil ver con exactitud las propias experiencias, sentimientos y reacciones que discrepan significativamente con la imagen que uno tiene de sí mismo. En lo que respecta al cliente, gran parte del proceso de la terapia consiste en descubrir constantemente que está experimentando sentimientos y actitudes que hasta entonces no había sido capaz de advertir y “poseer” como una parte de sí mismo.
Si una persona pudiera abrirse por completo a su experiencia, todos los estímulos -endógenos o exógenos- se difundirían libremente a través del sistema nervioso sin sufrir las distorsiones impuestas por los mecanismos de defensa, y no sería necesario el mecanismo de “subcepción”, por el cual el organismo es alentado acerca de las experiencias amenazadoras para el sí mismo. Por el contrario, la persona “vivirá” el estímulo, que sería totalmente accesible a la conciencia, trátese del impacto de una configuración de forma, color o sonido ambiental sobre los nervios sensitivos, una huella anémica del pasado o una sensación visceral de miedo, placer o repugnancia.
Por consiguiente, un aspecto de este proceso que denomino “vida plena” parece ser un movimiento que se aleja del polo de las actitudes defensivas para acercarse al de la apertura a la experiencia. El individuo adquiere mayor capacidad de escucharse a sí mismo y experimentar lo que ocurre en su interior; se abre a sus sentimientos de miedo, desánimo y dolor, así como a los de coraje, ternura y pánico. Puede percibir sus sentimientos y vivirlos subjetivamente, tal como existen en él. Es más capaz de vivir de manera plena las experiencias de su organismo sin verse obligado a impedirles el acceso a la conciencia.
Tendencia al vivir existencial
A mi juicio, una segunda característica del proceso de una vida plena consiste en una mayor tendencia a vivir íntegramente cada momento. Este pensamiento puede ser mal interpretado con suma facilidad y quizá yo tampoco lo comprenda con claridad. Intentaré explicar lo que esto significa.
Pienso que todo momento es nuevo para la persona que se abre a su nueva experiencia de manera plena y sin defensa alguna. Nunca antes habrá existido la configuración compleja de estímulos internos y externos que existe en este momento. Por consiguiente, esta persona deberá reconocer que “lo que yo sea y haga en el momento siguiente dependerá de ese momento, y ni yo ni los demás podemos predecirlo de antemano”. Con frecuencia vemos que los clientes expresan este tipo de sentimientos.
Una manera de expresar la fluidez de este vivir existencial es decir que el sí mismo y la personalidad emergen de la experiencia, que ahora no debe ser distorsionada o moldeada para ajustarse a determinada estructura preconcebida del sí mismo. Esto significa que el individuo se convierte a la vez en observador y partícipe del proceso de la experiencia organísmica, y no se ve obligado a ejercer control sobre él.
Este vivir en el momento no implica una ausencia de rigidez, de organización estricta y de imposición de la estructura sobre la experiencia. Significa, en cambio, un máximo de adaptabilidad, un descubrimiento de la estructura en la experiencia, una organización fluida y cambiante del sí mismo, y de la personalidad.
Pienso que esta tendencia al vivir existencial se observa con mucha claridad en las personas que se han embarcado en el proceso de la vida plena; hasta se podría decir que ésta es su característica esencial. Esta tendencia implica descubrir la estructura de la experiencia en el proceso de vivirla. Por otra parte, la mayoría de nosotros incorporamos a nuestra experiencia una estructura y evaluación preconcebidas que nunca abandonamos por completo, y mediante las cuales distorsionamos y simplificamos la experiencia, cuya fluidez dificulta su introducción en nuestros casilleros, cuidadosamente preparados para alojarlo. Una de las cualidades principales de los clientes que veo aproximarse a la vida plena y madura consiste en que abren su espíritu a lo que está sucediendo ahora y descubren la estructura de ese proceso, cualquiera que sea su naturaleza.
Mayor confianza en el organismo
Otra característica que debemos señalar es que la persona que vive el proceso de una vida plena experimenta mayor confianza en su organismo como medio para alcanzar la conducta más satisfactoria en cada situación existencial. Nuevamente intentaré explicar lo que quiero decir con esto.
Al elegir el rumbo que adoptarán en una situación determinada, muchas personas se apoyan en ciertos principios por los que se guían, en el sistema nominativo de algún grupo o institución, en el juicio de los otros (desde esposa y amigos hasta un “Correo sentimental”) o en su propia conducta en una situación similar del pasado. Sin embargo, cuando observo a los clientes cuyas experiencias tanto me han enseñado, descubro que esos individuos son capaces de confiar en sus reacciones organísmicas en una situación nueva, porque han descubierto que si se abren a su experiencia, la orientación más útil y digna de confianza consiste en hacer lo que les “parece bien”, pues de esa manera hallarán una conducta realmente satisfactoria.
He aquí la línea de pensamiento que sigo siempre que trato de comprender las razones de esta actitud. La persona totalmente abierta a su experiencia tiene acceso a todos los datos relacionados con una situación, sobre la base de los cuales podría elegir su conducta: las exigencias sociales, sus propias necesidades complejas y tal vez contradictorias, sus recuerdos de situaciones similares, su percepción de la unicidad de la situación actual, etcétera. Por cierto, los datos son, por lo general, muy complejos, pero el individuo puede permitir que todo su organismo, junto con su conciencia, considere cada estímulo, necesidad y exigencia, evalúe su intensidad e importancia relativas y descubra, luego de sopesar los distintos factores, el rumbo que mejor puede satisfacer sus necesidades en esa situación particular. Tal vez hallemos una analogía útil si comparamos a esta persona con una computadora electrónica gigantesca. Puesto que el individuo está abierto a su experiencia, ingresan en la máquina todos los datos provenientes de las impresiones sensoriales, de su memoria, de los aprendizajes anteriores y de sus estados viscerales e internos. La máquina incorpora todas estas fuerzas multitudinarias que ingresan como datos y rápidamente computa el curso de acción que deberá seguir, que representa el vector de satisfacción de necesidades más económico en esa situación existencial. Esta es también la conducta de la persona que procuramos describir.
La inclusión de información que no pertenece a la situación presente y la exclusión de los datos que sí se relacionan con ella son los dos defectos que más a menudo restan confiabilidad al proceso. Cuando el proceso de computación considera recuerdos y enseñanzas como si fueran esta realidad, y no meros recuerdos o enseñanzas, aparecen respuestas de conducta equivocadas. El error también se origina cuando se impide el acceso a la conciencia de ciertas experiencias amenazadoras y, por consiguiente, éstas quedan excluidas de la computación o bien son incorporadas a ella, pero de manera distorsionada. Sin embargo, a la persona que vive una vida plena su organismo le merece absoluta confianza, puesto que utiliza todos los datos disponibles y de esa manera el conjunto resulta más adecuado. Por eso mismo su conducta se aproxima en una medida considerable a la satisfacción de todas sus necesidades: de estímulo, de relación con los demás y otras similares.
En esta evaluación, balance y computación, el organismo no es infalible. Siempre ofrece la mejor respuesta posible según los datos existentes, pero en ocasiones pueden faltar datos, No obstante, la apertura a la experiencia permite corregir rápidamente cualquier error o evitar la prosecución de una conducta insatisfactoria. Volviendo al ejemplo de la máquina, diremos que las computaciones están en un constante proceso de corrección, porque se verifican continuamente, mediante la evaluación de la conducta adoptada.
Tal vez al lector le desagrade mi analogía cibernética. Volvamos entonces a los clientes que conozco. A medida que pueden abrirse más a todas sus experiencias, descubren que pueden confiar en sus reacciones. Si “tienen ganas” de mostrar su enojo, lo hacen y comprueban que esto les produce satisfacción, puesto que al mismo tiempo perciben todos sus deseos de afecto, asociación y relación. Se asombran de su propia capacidad intuitiva para resolver -en función de conducta- las relaciones humanas complejas e inquietantes; sólo más tarde comprenden que sus reacciones internas han sido sorprendentemente eficaces para lograr una conducta exitosa.
Tendencia a un funcionamiento pleno
Me gustaría integrar estos tres elementos de la descripción de la vida plena para estructurar una imagen más coherente. Al parecer, la persona que goza de libertad psicológica tiende a convertirse en un individuo que funciona más plenamente; puede vivir en y con todos y cada uno de sus sentimientos y reacciones; emplea todos sus recursos orgánicos para captar la situación existencial externa e interna, con toda la precisión de que es capaz; utiliza de manera consciente toda la información que su sistema nervioso puede suministrarle, pero sabe que su organismo puede ser más sabio que su apercepción, y a menudo lo es; permite que todo su organismo funcione libremente y con toda su complejidad al seleccionar, entre múltiples posibilidades, la conducta que en este momento resultará más satisfactoria; puede confiar en este funcionamiento de su organismo, no porque sea infalible, sino porque, por el contrario, se encuentra dispuesto a aceptar las consecuencias de cada uno de sus actos y a corregirlos si éstos demuestran no ser satisfactorios.
Este individuo puede experimentar todos sus sentimientos y éstos le inspiran menos temor; selecciona sus propias pruebas y está más abierto a las que proceden de cualquier otra fuente; se dedica de lleno a ser y convertirse en sí mismo y así descubre que es un ser auténticamente social, dotado de un sentido realista; vive por completo en el momento, pero aprende que ésta es la mejor manera de vivir en cualquier ocasión. Se convierte en un organismo que funciona de modo más integral y, gracias a la conciencia de sí mismo que fluye libremente en su experiencia, se transforma en una persona de funcionamiento más pleno.
Algunas implicaciones
Cualquier enfoque acerca de lo que constituye una vida plena contiene necesariamente muchas implicaciones, y el que estamos desarrollando no es una excepción. Espero que estas implicaciones estimulen la reflexión del lector. Hay dos o tres de ellas a las que quisiera referirme en particular.
Libertad y determinismo. Una nueva perspectiva
La primera de estas implicaciones puede no resultar evidente a primera vista. Se relaciona con la antigua polémica acerca del “libre albedrío”, que ahora veo bajo una nueva luz.
Durante cierto tiempo he permanecido perplejo ante lo que en psicoterapia se plantea como la paradoja entre libertad y determinismo. Las experiencias subjetivas en las que el cliente siente dentro de sí el poder de elegir son algunas de las más compulsivas de la relación terapéutica. Es libre de convertirse en sí mismo u ocultarse tras un disfraz, de progresar o regresar, de comportarse de maneras destructivas para él y los demás o bien de maneras que aumenten su valor; en fin, es libre de vivir o morir, tanto en el sentido fisiológico como psicológico de estos términos. No obstante, en cuanto nos internamos en este campo de la psicoterapia con métodos objetivos de investigación, quedamos sometidos a un determinismo absoluto, como cualquier otro científico. Desde este punto de vista, cada pensamiento, sentimiento y acto del cliente está determinado por su pasado, y no puede haber nada parecido a la libertad.
El dilema que intento describir no difiere del que se manifiesta en otros campos; simplemente está enfocado con mayor precisión y parece más insoluble.
Sin embargo, si consideramos la cuestión en términos de mi definición de la persona que funciona de manera integral, podremos analizarla desde una nueva perspectiva. Podríamos decir que en el momento óptimo de la terapia, la persona experimenta la libertad más completa y absoluta. Decide seguir el curso de acción que representa al vector más económico en relación con todos los estímulos internos y externos, porque ésa es la conducta más satisfactoria. Pero desde otro punto de vista igualmente valedero, podríamos decir que este mismo curso de acción está determinado por todos los factores de la situación existencial. Comparemos ahora esto con la imagen de una persona que posee defensas organizadas: este individuo elige seguir un curso de acción, pero descubre que no puede comportarse tal como lo había decidido; está predeterminado por los factores de la situación existencial, que incluyen sus actitudes defensivas y su negación o distorsión de algunos datos importantes. Por consiguiente, no cabe duda de que su conducta no será satisfactoria; su comportamiento está determinado, pero él no es libre de realizar una elección efectiva. Por otra parte, la persona que funciona de modo integral no sólo experimenta sino que también hace uso de la más absoluta libertad cuando elige de manera espontánea y voluntaria aquello que, por otra parte, también está absolutamente determinado.
No soy tan ingenuo como para suponer que esto resuelve de manera definitiva la oposición entre lo subjetivo y lo objetivo, entre libertad y necesidad. A pesar de ello, pienso que cuanto más plena sea la vida de una persona, tanto mayor libertad de elegir experimentará y tanto más coincidirá su conducta con sus intenciones.
La creatividad como elemento de la vida plena
Por cierto, la persona que se embarca en el proceso direccional que he denominado “vida plena” es una persona creativa. Su apertura sensible al mundo y su confianza en su propia capacidad de entablar relaciones nuevas en su medio la convierten en el tipo de persona de quien surgen productos creativos y cuya manera de vivir es igualmente original. No está necesariamente “adaptada” a su cultura, y con toda seguridad no es un conformista. Pero en cualquier momento y en cualquier cultura, lleva una vida constructiva, en la medida en que una satisfacción adecuada de sus necesidades le permita armonizar con el medio. En algunas situaciones culturales, tal vez este individuo puede sentirse desgraciado en ciertos aspectos, pero, sin duda, seguirá avanzando hasta ser él mismo y comportarse de una manera que le permita satisfacer por completo sus necesidades más profundas.
Pienso que cualquier estudioso de la evolución reconocería en esa persona las mayores posibilidades de adaptarse y sobrevivir en condiciones ambientales cambiantes. Se trata de un individuo capaz de ajustarse creativa y sólidamente a las situaciones nuevas o viejas, y digno de figurar en la vanguardia de la evolución humana.
Confiabilidad básica de la naturaleza humana
Es evidente que otra implicación del enfoque que he presentado es que la naturaleza del ser humano es constructiva y digna de confianza, cuando funciona libremente. Esta es para mí una conclusión ineludible, que surge de una experiencia de un cuarto de siglo con la psicoterapia. Cuando logramos liberar al individuo de sus actitudes defensivas y lo ayudamos a abrirse a la amplia gama de sus propias necesidades, así como también a las diversas necesidades ambientales y sociales, podemos confiar en que sus reacciones serán positivas, progresistas y constructivas. No es necesario preguntarse quién lo socializó, ya que una de sus necesidades más profundas es precisamente la de asociarse y comunicarse con los demás. A medida que se convierta en si mismo, su socialización adquirirá visos más realistas. Tampoco es necesario preguntarse quién controlará sus impulsos agresivos; en cuanto se abra a todos ellos, su necesidad de sentirse apreciado por los demás y su tendencia a brindar afecto serán tan intensas como sus impulsos de agresión o de apoderarse de las cosas para sí. Será agresivo en las situaciones que así lo requieran, pero no empleará esta actitud como válvula de escape. A medida que progrese su apertura hacia la experiencia, su conducta total en ésta y otras esferas será más equilibrada y realista, más apropiada para la supervivencia y el progreso de un animal altamente social.
No simpatizo con el tan divulgado concepto de que el hombre es básicamente irracional y que sus impulsos, liberados de todo control, lo conducirían a la destrucción de sí mismo y de los demás. La conducta del hombre es absolutamente racional y se mueve con una complejidad sutil y armoniosa hacia los objetivos que el organismo se propone alcanzar. La tragedia de la mayoría de nosotros consiste en que las defensas nos impiden advertir este aspecto racional, de manera que conscientemente nos movemos en cierta dirección, en tanto que organísmicamente lo hacemos en otra. Pero en la persona que vive el proceso de una vida plena, la cantidad de barreras defensivas disminuye, y esto le permite participar en los designios de su organismo. El único control sobre los impulsos que parecería existir -o que sería necesario- es un equilibrio natural e interno entre las distintas necesidades y la adopción de conductas que sigan el vector más próximo a la satisfacción de todas ellas.
La experiencia de satisfacer por completo una necesidad como, por ejemplo, la agresión, el sexo, de una manera tal que impida la satisfacción de otras, tales como el compañerismo, o la ternura, es muy común en la persona cuyas defensas están sólidamente organizadas, y su frecuencia disminuye a medida que se avanza en el proceso. El individuo participa en las actividades de autorregulación de su organismo, vastas y complejas -los servomecanismos psicológicos y fisiológicos-, de manera tal que vive en armonía creciente consigo mismo y con los demás.
La mayor riqueza de la vida
La última implicación que deseo mencionar es que este proceso de vivir una vida plena abarca un espectro más amplio y supone mayor riqueza que la vida mezquina de la mayoría de nosotros. Ser parte de este proceso significa que uno se embarca en la experiencia de vivir más sensiblemente; ésta es una empresa que muchas veces asusta y otras tantas satisface, pero que en definitiva implica mayor riqueza y variedad. Pienso que los clientes cuya terapia ha acusado movimientos significativos viven más íntimamente sus sentimientos de dolor, pero también disfrutan más de sus satisfacciones; sienten el odio con mayor claridad, pero también el amor; el miedo es una experiencia que conocen más profundamente, pero también lo es el coraje. La razón por la que pueden llevar una vida plena reside en la confianza que poseen en sí mismos como instrumentos idóneos para enfrentar la vida.
Espero haber aclarado el motivo por el cual considero que calificativos tales como feliz, resignado, bienaventurado o satisfecho no me parecen apropiados para la descripción general de este proceso que he denominado una vida plena, aun cuando la persona que se halla embarcada en él experimente cada uno de estos sentimientos en un momento dado. Los adjetivos que me parecen más adecuados son enriquecedor, estimulante, gratificante, inquietante, significativo. Estoy convencido de que este proceso de la vida plena no es para cobardes, ya que convertirse en las propias potencialidades significa crecer, e implica el coraje de ser y sumergirse de lleno en el torrente de la vida. A pesar de esto, resulta profundamente estimulante ver que cuando el ser humano disfruta de libertad interior, elige como la vida más satisfactoria este proceso de llegar a ser.
Texto original: Carl R. Rogers; ”El proceso de convertirse en persona“; Ed. Paidós; México, 1964, reimpresión 2009; 336 pp.